
A continuación dejo un artículo de opinión de historiador Mario Alonso Aguado, mercedario que durante tantos años vivió en nuestra localidad y que tanto hizo por recuperar la historia religiosa y patrimonial de Herencia (Ciudad Real), y con el cual tan solo pretende abrir un interesante debate y que se reflexione sobre el tema.
Este artículo aparecerá publicado mañana viernes 22 de marzo de 2013 en el semanario El Semanal de La Mancha:
La Semana Santa, ¿castellana?
Por Mario Alonso Aguado, historiador mercedario y miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias históricas de Toledo.
Cada país o región, pueblo o ciudad posee unos rasgos propios que la singularizan y definen, una forma de ser, una idiosincrasia característica. Todo un conjunto, adquirido a lo largo de los siglos, que ha sido heredado de padres a hijos, pasando de generación en generación.
La región de Castilla, como no podía ver ser menos, conserva su temperamento y carácter distintivos con sus variantes en el norte y en el sur, en Castilla la Vieja y en Castilla la Nueva, o si se prefiere en Castilla y León y en Castilla-La Mancha. El paisaje castellano, su clima, su pasado y su presente, su ser más íntimo y su esencia más honda, explican el comportamiento de sus gentes, las costumbres sociales y los aspectos culturales. Castilla tiene, entre otras muchas cosas, gastronomía propia, platos típicos, postres únicos y vinos generosos. Castilla se entretiene con sus cuentos y leyendas. Castilla se divierte con sus fiestas y con su música. Castilla se recrea, se enraíza en su tierra, se aferra a su historia y expresa su fe. En definitiva, Castilla es y, aunque algunos no se percaten, Castilla también existe.
Pero Castilla tiene un problema: la pérdida de su identidad. La sociedad ha dado un tremendo vuelco en los últimos decenios, pensemos en la revolución industrial y económica, en la irrupción de las nuevas tecnologías, en el avance de la informática…y en tantas otras cosas que han propiciado que surjan nuevas mentalidades, nuevas voluntades que no han sabido dar continuidad al pensamiento de nuestros mayores, de aquellos abuelos nuestros que fraguaron su porvenir en la placidez del cuidado del rebaño o del cultivo del campo. La mayor parte de los castellanos se han quedado con la nostalgia de su gloriosa historia, con la carencia de transformaciones económicas y sociales, con el resentimiento que otras regiones españolas sienten hacia ellos, con el éxodo masivo del campo a la ciudad… traduciéndose todo ello en una falta de confianza en ellos mismos y en su futuro. Lo cierto es que muchos no han sabido bajarse del carro para subirse adecuadamente al tren.
Ante tamaña realidad, podemos interrogarnos ¿existe una Semana Santa vivida y sentida al estilo de Castilla? Y es que, no me lo podrán negar, no es lo mismo una procesión de Sevilla que una de Málaga, no tienen la misma expresión las imágenes de Salzillo en Murcia que las tallas de Gregorio Fernández en Valladolid, no es similar la penitencia que practican los picaos de San Vicente de la Sonsierra en la Rioja que los empalaos de Valverde de la Vera en Extremadura, no es igual ver procesionar en la angostura de las calles de Toledo que en la amplitud de una gran avenida levantina. Si todo es todo es así, ¿por qué la saeta rasga nuestros silencios? ¿por qué los aplausos irrumpen en medio de la austeridad? ¿por qué nuestro vocabulario se ha visto abultado con términos como costalero, madrugá o igualá? nuestros mayores nunca los pronunciaron. ¿Por qué nuestras imágenes marianas de pasión (Dolorosa, Amargura, Soledad, Piedad, Angustias…) dejan su serenidad y sencillez castellana asemejándose cada vez más a una Esperanza Macarena venida a menos? ¿Y por qué tantas y tantas cosas más…?
Ancha es Castilla, pero su inmensidad no pude admitir todo lo foráneo que llega de modo indiscriminado. Castilla, ¿desprecias cuanto ignoras? Castilla, ¿qué dices de ti misma?
¡Cuánta razón tienes, querido paisano y amigo Mario! Todo lo foráneo nos resulta mejor que lo propio. Y lo peor no es que la saeta introduzca sus quejíos en los balcones castellanos, ni que se intentara implantar una miniferia sevillana, con jacas y zahones, en nuestra salvajemente entrañable Aldeanovita… Es decir, lo malo no es que lo de una región (no quiero hablar de comunidades autónomas porque no son sino epígonos reyezuelos de taifas corruptos) se trasvase a otras, sino que todo lo exterior-extranjero suplante gratuitamente y absurdamente lo propio, lo de sello español. ¿Hablamos de anglicismos, por ejemplo?