La llanura manchega de Francisco García Pavón

El club de lectura «Castillos de Cartón» de la Biblioteca Pública Municipal «Miguel de Cervantes» de Herencia (Ciudad Real) ha comenzado, a propuesta de mi compañera Celes, a leerse el libro Voces de Ruidera donde se da cuenta de una de las aventuras del gran detective Plinio creado por la mano de Francisco García Pavón, para mí, uno de los grandes de nuestra literatura.

Llanura manchega. Fotografía de Magüe extraída de la web www.ojodigital.com
Llanura manchega. Fotografía de Magüe extraída de la web http://www.ojodigital.com

Por supuesto, cuando me enteré que se lo iban a leer no pude resistirme y allá que me fui a la biblioteca a por un ejemplar. García Pavón es uno de mis autores preferidos por su forma de escribir y de expresar las cosas, pero sobre todo por la radiografía de las personas y de la sociedad manchega que hace en sus novelas. Si no conocéis su obra, os la recomiendo, es simplemente maravillosa a la vez que divertida.

Como ejemplo os dejo una descripción que de la llanura manchega hace en autor en su libro Voces de Ruidera:

Aquel paisaje de llanura absoluta no lo comprende casi nadie. Hace falta mucho acomodo de los ojos. La gente ante el paisaje va al bulto: árboles, montes, valles y lomerales. Los viajeros de toda la vida se aburren al atravesar las llanuras manchegas, camino de Levante o Andalucía. Van en tren o en coche, con los ojos inexpresivos, pro aquellas tierras que consideran paso forzado hacia destinos más amenos. No conciben el paisaje sin anécdota, sin los esquemas convencionales. Ante el rincón verde con vacas bucólicas el viajero entorna los ojos. Ante las montañas amenazantes, hacedoras de valles y desfiladeros truculentos, se le encoge el ánimo y piensa en fábulas épicas. Ante los campos rimados de montes suaves, de olivos trepadores o bosques de pinares y alcornoques, recuerda melodías conocidas. Pero en la llanura manchega se adormece, no la ve. Allí el paisaje no sale hacia el cielo, no son relieves que hagan mimos líricos o medrosos. La llanura manchega parece hecha para soportar el cielo en sus bordes lejanísimos. No es naturaleza que sale, que salta. Es tierra que está, que aguanta. Es plataforma ¿de qué? De lindes sin sombras. De un aire inmedible. El paisaje, en aquellos días de primavera, era cuadrantes de siembras ralas; de cepas que empiezan a romper, entre surcos rígidos. Longuísimos barbechos, pardos, grises. Gamas de ocres y verdes tímidos. Suelo total, alfombra sin arruga, cuyos colores amortigua la extensión y el cielo limpio. Allí el prodigio no se consigue con alzas del terreno. Lo logra la luz, la luz igual, que todo lo adelgaza y espirita; que cuaja una comía diluida, casi gaseosa. La evaporación, las anchas lejanías, el alumbrar tan uniforme del sol, hacen pensar que todas aquellas infinitudes están pasándose al cielo. O que el cielo y la tierra se reflejan mutuamente porque allá en el horizonte no se sabe bien si el cielo está sembrado o la siembra está hecha cielo de tan parecidos celestes-verdes, verdes-celestes, pardos-celestes, celestes-pardos. Todo cobra a lo lejos suspensión en la llanura y no sé qué plenitud atmosférica, cristalina, irreal. La figura lejana que avanza por la linde, el tractor de más allá, el labrador que ara tras la mula, parecen modulaciones del terreno o creaciones del aire. Figuras más lejanas de lo que están realmente, arropadas con las infinitas cristaleras que el aire pone sobre tan dilatada planicie.

Llanura manchega. Campo de San Juan
Llanura manchega. Campo de San Juan

Los ojos, fatigados de tierra plana y cielo azul, se obsesionan con aquellas figuritas que apenas se mueven… Y solamente, de vez en vez, como un espejo perdido y fugaz, brilla el acero de una azada o rutila la cal de una casita desnuda. El paisaje manchego es sordo, sordo y mudo. La campana del cielo ha hecho el vacío sobre él. Nada se oye en la llanura. El labrador y el carrero no cantan, y si cantan su voz no llega. El aire tan libre y ancho es como la voz a flor de labios. El carro que traquetea, la esquila de la mula, el son del tractor y el ladrido del perro se pierden apenas sonados. A veces, una ráfaga de aire dislocado nos trae un chorrillo de palabras, traqueteos, motores y ladridos, que pasan veloces junto a nuestros oídos, para perderse en seguida en la anchura que sigue… En los días de verano zumba el sol. En los ásperos, un aire largo nos aleja nuestra propia voz. A fuerza de no ser paisaje al uso el de estas llanuras, de ser imaginación de la tierra y forro del cielo, el terreno en primavera, como en el desierto, crea espejismos de paisajes figurativos para contentar al viandante aburrido o al pintor buscador de anécdota. Los vapores de la siembra, de la tierra yermal y del viñedo, se aglutinan y toman forma de casas con árboles, reflejados en un río inexistente. Espejismos que ondean en el lejano horizonte, como protesta de la llanura que, cansada de jugar a matices, por unos momentos se concede en tópico… Sólo un pintor español, López Torres, ha sabido ver este ser tembloroso y vientero del paisaje manchego, estas llanuras siempre en evaporación, rielantes, que hacen de gas las figuras y todo lo llenan de zonas transparentes, distanciadotas, matizadas.

Niños en la era. Obra de López Torres
Niños en la era. Obra de López Torres

    Ni Sancho ni don Quijote pudieron ver este paisaje. Sabían que pisaban tierra llana, pero para ellos no había horizonte. Todos aquellos lienzos de tierra tan a nivel estaban cubiertos de monte bajo, de carrascas cenicientas, de verdes viejos, que le quitaban profundidad. Sólo en los ejidos de los pueblos, el remedio de cereales y algún huerto, despejaban las encinas y la chasca del suelo. Hasta que llegó el desmonte no se descubrió la repisa de la llanura y sus miradores. Todavía de vez en cuando, sobre aquellos planos solitarios aparece alguna encina con los ramos al viento, clamando sus cuitas al cierzo, haciendo su solo patético ante el horizonte sin lindes… Encinas que a poco que te alejes, por la masa del aire, so sabes si son reales o un espejismo más.

    No es paisaje de encuentros súbitos, de retablos, y corros imprevistos. Al que viene se le ve apuntar desde muchos surcos y el que se va nunca acaba de desaparecer. El hombre que va en el carro, en el tractor o la bicicleta lleva cara de mirar. Va sin temor a sorpresas. El llanero manchego fue siempre hombre de pensares solos, de gesto inexpresivo, de caminos y labores sin misterio… De vez en cuando, una casa blanca, casi diluida en el aire; un bombo, un descardenchador, muchas ovejas. ¿Qué se mueve junto al pozo? Y la llanura sigue detrás, delante y sólo deja imaginar.

  • Sobre Francisco García Pavón (Tomelloso, 1919 . Madrid, 1989).
Francisco García-Pavón
Francisco García-Pavón

Se doctoró en Filosofía y Letras y fue catedrático y director de la Escuela Superior de Arte Dramático. Crítico teatral y editor al frente de la prestigiosa editorial Taurus, su popularidad le vino gracias a sus novelas y cuentos en los que, desde la perspectiva humorística, refleja el mundo rural de La Mancha. Su primera novela, Cerca de Oviedo (1945) resultó finalista del Premio Nadal, pero su mayor éxito literario lo alcanzó gracias a la serie de novelas policiacas protagonizadas por el jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, Manuel González, alias Plinio, que suponen la reválida de madurez y calidad que hasta entonces no había conseguido el género detectivesco en España.

Para saber más sobre Francisco García Pavón pulsar aquí.

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Publicado por

Claro Manuel Fernández-Caballero Martín-Buitrago

Historiador, docente, articulista, conferenciante y guía turístico. Licenciado en Historia del Arte. Trabajo en el Ayuntamiento de Herencia y formo parte de su Universidad Popular como coordinador del grupo de investigación de Historia Local. Gran apasionado de la historia local, he escrito numerosos artículos sobre el tema en diferentes revistas y periódicos tanto locales como comarcales y regionales, y soy coautor de varias publicaciones sobre historia y patrimonio.

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